Mario sabía que lo encontraría ahí y que estaba armado; de todas formas se atrevió a entrar a su recámara. Estaba muy oscuro, pero su conocimiento del lugar le hizo sentirse confiado y no encendió la lámpara. A través de la ventana entraba la luz de la luna y Mario pudo verlo, parado frente a él, a muy corta distancia. Mario no pudo evitar horrorizarse al verse tan idéntico a él, con el mismo gesto; así que ambos sacaron el arma y al mismo tiempo dispararon.
Mario cerró los ojos por el estruendo del tiro, pero aún así pudo ver cómo la bala lo atravesó, pudo verlo fragmentarse y vio cómo trozos de su cuerpo caían para romperse en el piso.—Siete años de mala suerte— se dijo Mario y salió de la recámara. Jamás lo volvió a ver.
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